Esa noche aseguró su quiosco los que más pudo, pero no fue suficiente. Cuando el reloj marcaba la 01:30, Alfredo Leyes, más conocido como “Charly”, tal como lo venía haciendo hace 25 años, puso candado a su pequeño local de Avenida De Aguirre, casi a la altura de Los Carrera, y se retiró a su casa, a descansar.
Pero el sueño fue interrumpido. A eso de las 03:00 de aquel viernes, el teléfono sonó y Leyes recibió una de las peores noticias. El quiosco que ha sido su única fuente de ingresos durante los últimos 25 años ardía en llamas.
Al principio pensó que era algo menor. Pero cuando llegó al lugar por la mañana y se percató de que no sólo la estructura había sido consumida en buena medida por las llamas y que sus archivos de diarios y revistas antiguas se habían reducido a cenizas, por un momento el mundo de le vino abajo. Sintió impotencia
Sin embargo, se aferró a su fe. Agradeció que nadie haya resultado herido y decidió salir adelante, pese a haberlo perdido prácticamente todo. Así es él, así es don Alfredo, “Charly”.
EN PIE
“No me interesa buscar a los responsables, sólo quiero paz”, dice, el dueño del más tradicional quiosco de La Serena que fue incendiado por vándalos.
Son las nueve de la mañana y cuando llegamos al lugar el hombre ya había comenzado su jornada laboral hace un par de horas. Pese a los difíciles días que la ha tocado vivir no ha dejado de trabajar en ningún momento y se instala tal como lo ha hecho desde hace un cuarto de siglo en el mismo sitio, resguardando lo que quedó del denominado “Quiosco Turismo Internacional”, en cuyo costado se puede leer parte una famosa canción popular que refleja la personalidad del “Charly”: “Soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie”.
Perdió dinero, pero no la alegría. Lo observamos por algunos minutos y sonríe amable cada vez que algún transeúnte se detiene para saludarlo y manifestarle su apoyo. La gente lo reconoce, y aquello lo satisface. “Cuando tú has hecho las cosas, bien, al final las personas lo valoran”, expresa, orgulloso, mientras nos guía hasta una casa de hospedaje cercana en donde transcurre la entrevista. Allí nos cuenta de su vida, de su historia antes de ser el “Charly”, el querido “Charly”.
LAS VUELTAS
DE LA VIDA
Hoy tiene 66 años, tres hijos, pero su historia no comenzó aquí. Proveniente de una humilde familia de Santiago, es el mayor de seis hermanos y pasó su infancia en la comuna de San Miguel. Allí, destacó siempre por una de sus grandes pasiones, el futbol. “Fue una niñez muy bonita, marcada por el futbol diría yo. Tanto en Santiago, como también en Rancagua donde vivimos por un tiempo. Jugábamos mucho a la pelota, y mis mejores recuerdos van por ahí (…) Para el mundial del ‘62, por ejemplo, estaba en Rancagua, que era una de las sedes. Ahí jugaba Yugoslavia y los seleccionados se paseaban por la plaza como si nada entonces tuve la oportunidad de conocerlos. Eso fue una experiencia muy bonita”, recuerda, sentado en un antiguo sillón de la hospedería.
Pero no vivía sólo de futbol. Por necesidades familiares debió abandonar sus estudios cuando cursaba octavo básico. Tuvo que trabajar. “En ese tiempo no era como es ahora, nuestra situación no era buena y yo tenía que aportar a la familia. Recuerdo perfectamente mi primer trabajo de vendedor de cuadros con un vecino. Él vendía y después yo iba a cobrarle a los que no pagaban”, relata.
El quiosquero buscaba su suerte, pero la suerte lo encontró primero. Estuvo durante algunos años en varios trabajos hasta que fue llamado a hacer el servicio militar y aquel ingreso al regimiento determinaría su vida. “Me sirvió mucho en ese momento de mi vida, me ordené. Ahí hice una muy buena relación con el comandante del regimiento que después jugó un rol muy importante en mi vida”, confiesa.
Claro, una vez que terminó, su superior le dio la oportunidad de trasladarse a Valdivia, ya no como parte del ejército pero sí a trabajar directamente con él. Allí, en el sur de Chile conoció a la mujer de su vida y la que hasta el día de hoy es su compañera, Edith del Pilar, quien simplemente lo deslumbró cuando la vio por primera vez parada afuera de su casa y él se acercó a pedirle fuego. Tuvo una buena recepción, conversó 20 minutos con ella y a los dos días ya estaban pololeando. “Fue mágico. A mí me gustó desde que la vi e inventé que no tenía fuego, porque en realidad sí tenía, para acercarme. Nos seguimos juntando y desde ese momento no nos separamos nunca más. Llevamos 45 años juntos”, cuenta, el “Charly”, con algo de emoción.
Años más tarde, por sugerencia del mismo comandante que lo había llevado a Valdivia, postuló a la escuela de suboficiales. Pasó todas las pruebas, sin embargo en ese momento pesó el hecho de no haber concluido sus estudios y no fue seleccionado. “Me sentí decepcionado. Tenía todas las capacidades y era lo que yo quería hacer. Sentí por primera vez lo que era la frustración”, relata, y su tono baja de repente, como trayendo hasta aquella hospedería la pena de ese día, la que sin embargo no duró demasiado. Y es que una vez más el comandante intercedió por él y le escribió una carta en forma personal a los altos mandos para que Alfredo pudiese ingresar a las Fuerzas Armadas. “Me ayudó de nuevo, por eso yo estoy muy agradecido de él, le debo mucho. Al final entré y estuve durante 15 años”, recuerda.
Fue una buena época, según él mismo cuenta. Sin embargo, en su interior siempre hubo cierta contradicción por el hecho de pertenecer a la institución en plena dictadura. Reconoce que nunca estuvo de acuerdo con el régimen, pero era un hombre disciplinado y no podía expresar su opinión en ese momento. “Yo creo que la gente siempre debe tener derecho a pensar por sí misma, a decidir y elegir (…) Si bien yo aprendí mucho, y me quedo con lo bueno, en el ejército me tocó ver situaciones perversas”, admite, dando paso el silencio, y sin entrar en detalle.
Pero todo tiene un final. Su historia en las Fuerzas Armadas terminó el año ‘86 precisamente en La Serena, donde según cuenta, tuvo diferencias con el comandante que había en su minuto y decidió dar un paso al costado. “Fue triste irse, porque sentí algo de decepción de algunas personas, pero igualmente me sentí libre, fue un alivio y creo que era tiempo de hacer otras cosas también”, cuenta Leyes.
SU QUIOSCO, SU VIDA
Entre el 86 y el 90 se dedicó al comercio. Tenía esa vocación y quiso desarrollarla, no siempre tuvo éxito, incluso trabajó como ambulante por algún tiempo. Pero finalmente se estableció con un quiosco y decidió que de eso viviría por el resto de su vida.
No fue fácil, aunque le fue bien desde el comienzo en este ámbito, aquello alguna vez tuvo consecuencias negativas, cuando el dueño del primer quiosco que arrendaron los echó, en vista de que ellos estaban teniendo éxito.
Fue en ese momento cuando decidió acudir al municipio para pedir ayuda y conseguir otro punto donde instalarse. Lo obtuvo y así llegó a la Avenida De Aguirre. Alfredo recuerda con nostalgia esos primeros años allí, desde donde ni el peor de los actos vandálicos pudo sacarlo. “Desde un comienzo hubo una buena aceptación, sobre todo porque nuestro quiosco no era como cualquiera, fuimos juntando material antiguo, archivos y con el paso del tiempo iban adquiriendo valor, porque la gente los buscaba. Teníamos revistas, colecciones completas de revistas deportivas y de todo tipo. Incluso, a veces la gente sólo iba a mirar, porque en el fondo lo que nosotros entregábamos era cultura”, dice el Charly, con una mezcla de orgullo y tristeza. Y es que en ese momento se le viene a la mente el hecho de que luego del incendio perdió un material invaluable, que nunca nadie podrá reponer. Pero la tristeza pasa. Sabe que se recuperará y está convencido que aquella frase pegada en el quiosco lo representa y, como el junco, seguirá en pie. “No bajaremos los brazos, las pérdidas duelen, eso no se puede negar, pero gracias a la ayuda que me ha dado el municipio y también diario El Día, podré recuperar mi quiosco, y, con el paso del tiempo, también iremos recuperando ese archivo que habíamos logrado construir. Esto es sólo una prueba, y saldremos adelante. “Charly” está más vivo que nunca”, afirma, Alfredo Leyes, el dueño del quiosco más emblemático de La Serena que todavía tiene miles de historias que contar. 4601iR
Fuente: diarioeldia.cl