El Hogar Redes ubicado en La Serena y un recinto donde se reciben niños enfermos de sida en Santiago constituyen los símbolos más visibles de la obra de la madre Gregoria Ciccarelli Salone. Sin embargo, su historia de vida está llena de ejemplos. De hechos concretos.
Actualmente, su vida transcurre en el hogar Santa María del Refugio, ubicado en calle Padre Hurtado en el sector de Shangri-La, en la parte alta de Coquimbo, donde funciona el colegio del mismo nombre.
En los cerros del puerto su figura es querida. Una de sus últimas apariciones públicas fue en abril de 2011, en la iglesia San Luis, donde se le rindió un homenaje a través de una homilía. En esa oportunidad había accedido a dar una entrevista a diario El Día, pero a última hora se canceló por dificultades en su salud. La religiosa venía llegando de Italia. Sin embargo, su deseo era estar en Coquimbo, principalmente en la parte alta.
La tarea había quedado pendiente. Hasta que se concretó la tarde del miércoles pasado, cuatro años después. La contactamos a través de la hermana Ana María Tapia, quien nos abrió las puertas de su hogar.
Su lucidez sorprende. Aunque tiene algunas dificultades para desplazarse y debe ser ayudada en todo momento, le gusta entablar conversaciones y estar al día de lo que está ocurriendo. Vive rodeada de cariño. Desde un ventanal que domina toda la bahía.
El diálogo se concretó después de su sagrada siesta. Se concentró principalmente en uno de sus mayores orgullos: El Hogar Redes y el esfuerzo que realizó por sacar adelante la casa de acogida para niños que padecen sida.
Admite que en la parte alta ha sido feliz, “estoy contenta del quehacer y contenta de estar aquí”.
Durante el diálogo se emociona. Sus recuerdos se centran en el trabajo con los niños. Lo califica como una obra espontánea, “porque llegaban los menores que más lo necesitaban, niños debiluchos. Advertía que en Coquimbo los menores no eran bien atendidos y por eso llegamos nosotros. Buscamos la forma de alimentación correcta”, confiesa con emoción.
La religiosa lamenta que puedan existir personas que dejan abandonados a sus hijos, “da lástima”. Pero con la misma fuerza considera que más personas pudiesen desarrollar una labor de estas características. “Sería bonito que hubiese más instituciones preocupadas de los niños. Que se formaran grupos de mujeres dedicadas a los niños”.
No oculta que advertía mucha indiferencia hacia el dolor que pasaban los menores que estaban sin padres, “mucha indiferencia de la sociedad misma. Los pequeños necesitaban de mucho cariño, pero eran menospreciados, lo mismo que los niños con sida. Eso me dolía y me motivaba diariamente para ayudarlos y darles todo el afecto que se necesitaba”. Se encariñaba sobremanera. “Hablaba de mis niños, no eran míos, pero los trataba de esa manera”.
RESULTADOS ESPERANZADORES
Admite que la sonrisa de los pequeños es lo que tiene más presente día a día. “Me tiene muy contenta, sobre todo por el trabajo que hacía y de los resultados que obteníamos”.
Se muestra agradecida y esperanzada de la vigencia que hasta hoy tiene el Hogar Redes, “está siguiendo su camino”. Pero también insiste en que le gustaría que más personas se pudieran interesar por desarrollar labores similares. “Que vuelvan la mirada a los niños que son abandonados, que no tienen mamá ni papá”.
Aunque en los últimos años su salud se ha resentido y cada día sus salidas son más limitadas, su estado de ánimo sorprende. Refleja vitalidad. “Todavía me falta mucho por hacer y me satisface que existan otras personas que se están involucrando en esta obra. Eso es gratificante. Hay muchas personas que se han acercado expresando que se quieren acercar a los niños”.
ENCUENTRO SAGRADO
Durante su trabajo un respaldo fundamental fue el Papa Juan Pablo II. De hecho, el pontífice la recibió en varias oportunidades en el Vaticano. Incluso, estuvo en la histórica visita que el pontífice efectuó a la zona en abril de 1987, en el ex Club Hípico de Peñuelas. “Aún recuerdo cuando el Papa (Juan Pablo II) me tomaba la mano”.
Su trayectoria ha sido reconocida con numerosos homenajes. Ella los agradece. “Siento tranquilidad, me pongo contenta porque significa que lo estoy haciendo bien”, enfatiza.
La entrevista se efectuó bajo un Cristo de madera. Por momentos, la madre Gregoria se emociona. Destaca con orgullo que Dios es su vida. “No podría pensar en otra forma de vida, sino en entregarme al bien de los demás”.
Pero lo que más le genera satisfacción es que gran parte de su legado está en la parte alta de Coquimbo. “Un lugar que era mucho más pobre. Partimos acá porque había mucho más necesidad, además que nos gustaban los desafíos difíciles. Al principio no lo sentí, pero después advertía cómo crecía y bendito sea Dios, Él no nos había abandonado”.
El mensaje para las nuevas generaciones es claro, “que continúen sacrificándose y me gustaría que más gente pudiera colaborar. Que den un poco de lo que tienen para regalárselo a los niños… que no abandonen a los niños en la pobreza. Ojalá que se llegue a quienes más les hace falta y que los niños sean felices”.
UNA MANO SOLIDARIA
Junto con la creación de este hogar, primero en la parte alta y luego en el sector de Cuatro Esquinas, la madre Gregoria pasó a la historia con el impulso que le entregó a un hogar para niños enfermos de sida. Fue una apuesta fue arriesgada. Demasiado osada en una época en que poco se hablaba de esta enfermedad, ni menos se creía que podría afectar a los menores. “Ahora el trabajo es mucho más fácil, pero en principio era muy difícil que se ayudara a un niño infectado. Pero poco a poco fuimos trabajando, había que pensar en los niños con sida y no en uno”.
Ella defendió la obra con fuerza. Desplegó toda su convicción. Esta posición está plasmada en las numerosas entrevistas que concedió en los ’80 y ’90. Para esta nota periodística hurgamos en estos archivos para revisar su postura.
A mediados de los ’90 el hogar fue conocido como sidario. A la hermana Gregoria nunca le gustó ese nombre. Ella siempre le denominó Casa de Acogida Santa Clara de Asís. En principio, atendía a 12 niños que padecían la enfermedad de 0 a 5 años, además de sus padres.
En la búsqueda de apoyo la religiosa tendió puentes con Lucién Engelmajer, quien también había desarrollado un trabajo con jóvenes que tenían problemas con droga. En una visita a Chile, “él nos preguntó qué necesitábamos para proseguir con nuestra labor, a lo que respondimos sobre la necesidad de ampliar esta casa para poder atender a más niños”, recordó en junio de 1995.
En la misma entrevista, la religiosa admitía que era difícil detener la enfermedad “si no se inculcaban principios morales, de tal manera que los enfermos sientan el deber de no contagiar a ninguna persona y al mismo tiempo exijan el respeto de la sociedad por ellos que están contagiados”.
La madre estaba esperanzada por abrir un centro para niños con sida en la zona. Se la había jugado por ello. “Es un trabajo que tenemos contemplado desarrollar próximamente dentro de nuestros proyectos. Pensamos que pronto podremos conversar con las autoridades respectivas para realizar las gestiones pertinentes en la fundación para poder contar con una casa similar a la de Santiago que atiende a los niños con este problema”, rememoró en esa entrevista.
La religiosa admitía en aquel entonces que era complejo tratar el tema en nuestra zona. “En la IV Región hay personas portadoras del sida, pero el rechazo que en general la comunidad presenta por esta enfermedad no les permite a los afectados manifestarse como debería ser y así solicitar la ayuda necesaria. A los enfermos en este sentido les falta el valor necesario para confiar en las instituciones o centros que les puedan orientar y mantienen en secreto su problema. A quienes tienen sida les diría que deben ser valientes y enfrentarse a la sociedad. Ellos tienen derecho a ser respetados por sus semejantes como cualquier ser humano. Ante todo son personas y creo que es importante que sepan que nosotras realmente los queremos”.
Su llamado era desesperado. “Pensamos que los afectados con este virus tienen que salir de su anonimato, con el fin de que puedan vivir más y desarrollen una vida normal”, aseguraba hace 20 años.
La religiosa lamentaba que a pesar del drama de la afección, aún en la región “no he percibido una campaña sistemática en nuestra zona en relación al conocimiento y la responsabilidad que debemos tener frente a estos casos que muchas veces permanecen en el anonimato, agravando ciertas situaciones que deberían tratarse”.
LA SOLEDAD DEL MAL
En noviembre de 1996 volvió a insistir en lo delicado que se estaba transformando el intentar ocultar que en la zona existían niños con sida. “Creo que se comete un error, en el sentido que hay que abrir una instancia en que los enfermos de sida, especialmente adultos, tienen una necesidad de comunicarse y tener una parte donde reunirse, ya que viven en una soledad tremendamente grande y mueren en una soledad peor todavía”.
Reconocía que urgía contar con un centro para menores con esta enfermedad. Esto porque ya a finales de la década del ’90, la zona estaba en el cuarto lugar de personas infectadas.
Cuando se le preguntó derechamente si advertía que había autoridades que tendrían temor a develar públicamente el tema, ella con su frontalidad acostumbrada, aseguró que “no es miedo. Creo que es por respeto a las personas. Pero hoy por hoy no podemos decir que se respeta al afectado cuando se tiene miedo del contagio. Se tiene temor porque se piensa que se contagiará con puro mirarla. Este es el tabú que es necesario eliminar. Es por ello que nosotros estamos trabajando con los adultos, niños y no tenemos miedo de contagiarnos”.
Si bien valoraba la apertura que se estaba dando en Santiago, sí reconocía que en la Región de Coquimbo “hay como un lienzo pesado sobre el asunto sida y que no se quiere destapar… No creo que sea la Iglesia o si no me prohibirían trabajar por los niños y adultos con sida”.
El anhelo de la madre Gregoria era sacar por todos los medios el centro. “Siempre he pensado que si tuviera dinero compraría el terreno contiguo al Hogar Redes. Allí se construirían cabañas donde puedan vivir las familias y los afectados, especialmente aquellos que no tienen trabajo y que han sido echados porque se descubrió que tenían Sida”.
Fuente: diarioeldia.cl