Toda su vida había sido tranquila. En el colegio, pese a que reconoce que no tenía las mejores notas, sí destacaba por su disciplina. Claro, en su casa en Las Compañías, donde se crió junto a su abuela, sus hermanos y su padre, este último ponía una voz de autoridad incuestionable para, en ese entonces, la pequeña Yeomara. “Le teníamos un respeto absoluto, cuando mi madre decidió irse, él se hizo cargo y nos dio cariño por dos”, dice la joven, quien hoy, con 26 años, cuenta la historia de lucha que ha tenido que enfrentar, tal como ella misma reconoce, producto de sus propios errores.
Claro, llegó un momento en que su apacible vida cambió, drásticamente. Fue cuando cursaba entre tercero y cuarto medio que empezó a relacionarse con gente que la llevó por un camino que no era el indicado. Conoció a su pareja, se enamoró de él, y al poco tiempo quedó embarazada.
Él terminó siendo el padre de sus tres hijos. Hoy recuerda el instante en que supo que venía el primero como una bendición, pero admite que en su minuto fue difícil. “Mi padre se enojó mucho cuando supo que yo estaba esperando un hijo, porque todavía ni siquiera terminaba la enseñanza media y eso implicó que yo tuviese que dejar mis estudios”, relata Yeomara.
AÑOS INTENSOS. Dejó la casa donde se había criado. Fue su madre la que apareció para apoyarla y se fue a vivir junto a ella mientras esperaba a su bebé y también durante sus primeros meses de vida. “Yo nunca había perdido el contacto con mi mamá, teníamos buena relación y como madre primeriza pensé que estar con ella sería una buena decisión y lo fue”, recuerda.
Pero hubo otro cambio de hogar. Junto a su pareja y padre de su hijo se trasladó a vivir con la madre de éste. Hubo momentos felices. Yeomara no lo desconoce, pero no todo podía ser color de rosa. Pese a que él trabajaba, estaba inmerso en el mundo de la droga y se dedicaba al microtráfico en Las Compañías.
Ella lo sabía. Al principio no le molestaba y fue parte de esa realidad. “Lo que pasa es que a veces vendía marihuana por necesidad. No era tanto lo que ganábamos y éramos una familia, así que de alguna forma había que subsistir”, precisa.
Sin embargo los descubrieron. Una noche la PDI allanó su vivienda y encontró la droga en el domicilio. “El momento fue terrible, ahí se lo llevaron a él, fueron muy violentos. Yo me asusté porque mi hijo estaba ahí, y no quería que le pasara nada”.
Fue la primera vez que tuvo que enfrentar a la justicia, pero tiempo después, nuevamente sufrió apremios económicos y esta vez ella misma decidió ir a vender droga en un campus de la Universidad de La Serena. Allí, la Policía de Investigaciones la sorprendió en flagrancia.
Fue condenada a firma mensual durante un año. Aquel hecho marcó un antes y un después en su vida, por ello, lo único que quería era alejarse de aquel mundo. Decidió buscar trabajo y aunque le costó, logró conseguirlo en una multitienda. “Era muy difícil porque ya estás con tus papeles manchados, tienes antecedentes y cuando empiezas a buscar algo en lo que trabajar, en todas partes te dicen que tienes que presentarte con tu papel de antecedentes y con tu hoja de vida, así que no eran muchas las opciones que habían”, cuenta Yeomara, pausada.
Pero le faltaba un obstáculo para alejarse definitivamente de su pasado. Resulta que mientras cumplía su condena tuvo problemas administrativos con ésta y debió pasar 8 días en la cárcel de Huachalalume. “Fue lo más fuerte de todo”, dice, y por algunos momentos el silencio se apodera de todo. Claro, esa condena le llegó en el peor momento, cuando empezaba a enrielar nuevamente su camino.
Asegura que no lo pasó del todo mal en el recinto, que fue una experiencia que “tenía que vivir”, pero la huella de haber estado en la cárcel la perseguirá por siempre. “No es lindo estar en la cárcel, pero tampoco se puede desconocer lo que se aprende. Ahí conocí a personas muy valiosas. Me tocó estar con mi hija menor adentro, yo no llevaba todas las cosas que necesitaba, me faltaron algunas, y fueron las otras internas las que me ayudaron”, recuerda.
VIENDO LA LUZ. No quería volver a lo mismo, nunca más. Volvió a la casa de su padre y su abuelita, donde ahora vive también junto a sus hijos de 8, 6 y 3 años. Desde que salió de Huachalalume, todos los días siguió la misma rutina: Se levantaba a las 06:30 de la mañana para llevar a sus pequeños al colegio y luego de eso salía, simplemente a buscar oportunidades, hasta que las encontró.
A principios de este año llegó hasta Gendarmería para ver alguna opción de terminar el cuarto medio. Conocía a algunos funcionarios y pensó que era un buen camino para comenzar.
Recibió orientación y a través del programa post penitenciario CAIS, Centro de Apoyo a la Integración Social, no sólo le dieron la oportunidad de regularizar sus estudios, estando hoy próxima a rendir su examen para obtener el cuarto medio, sino que también se le otorgaron las facilidades para poder capacitarse laboralmente, para tener mejores opciones de encontrar un trabajo digno en el futuro cercano.
Al principio llegó tímida a este programa que lleva adelante Gendarmería de Chile, sin embargo, al poco tiempo “se soltó”, ya que supo que estas oportunidades no se dan todos los días. “Yo sólo iba porque quería terminar mis estudios, pero si además te ofrecen capacitarte, es algo muy bueno, porque no te pasará lo que pasa muchas veces, que tienes todas las ganas de hacer cosas, pero te faltan las herramientas”.
No quedaba más que salir adelante y debió elegir, entre manicure y maquinaria pesada. No lo dudó. Le gustan los desafíos y pensó que lo segundo era lo suyo. Ingresó al curso de maquinaria pesada. “Al principio fue algo complicado, porque era la única mujer, pero después uno se acostumbra y ves que tienes facilidades para el tema, te empiezas a manejar”, cuenta Yeomara, quien hace poco también recibió el diploma que la certifica como operadora, siendo la mejor alumna. “Sentí que había cumplido, que después de muchos errores, había hecho las cosas bien”, concluye, la mujer de hoy 26 años.
PROGRAMA CAIS
••• El objetivo del programa post penitenciario, CAIS, de Gendarmería de Chile, es entregar apoyo a los usuarios que han cumplido condena en alguno de sus sistemas –cerrado, semi abierto o abierto- y les da herramientas para rehabilitarse y reinsertarse en el mercado laboral. Actualmente, atiende a más de mil personas que se encuentran eliminando antecedentes, y cuenta con un programa de apoyo, que considera capacitaciones y seguimiento, para 45 usuarios. Yeomara es una de ellas.
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Fuente: diarioeldia.cl