Músico popular y también académico de la Universidad de La Serena, es un artista conocido a nivel nacional. Para conversar sobre música y tradiciones nos reunimos con él en las dependencias subterráneas de la calle Larraín Alcalde.
-Iniciaste tu vida de músico mientras eras estudiante de enseñanza media, ¿cómo partió ese interés y cómo lo desarrollaste hasta llegar a ser un profesional?
“Partí en Séptimo Básico en el Liceo de Coquimbo, era muy bueno, a uno lo estimulaban de tal manera que tenía que ser bueno para todo, aunque fuera del montón. Asistí a un show en que había cuatro personas tocando guitarra, con ponchos azules, creo que eran jóvenes que no se dedicaban a la música, pero los vi cantar temas de Atahualpa Yupanqui, de Violeta Parra y Víctor Jara y quedé tan impactado, siendo niño, que empecé a investigar y me fui a la biblioteca del liceo, a cargo de Juan Godoy Rivera. Él me pasó un libro y una enciclopedia y en la M encontré Músicos y a Mozart. En mi casa no había tocadiscos y me fui a buscar a las radios de Coquimbo. Y ahí me recibían porque en la ciudad nos conocíamos todos. Y seguía buscando en la biblioteca y en casas de vecinos como mi padrino que tenía tocadiscos; después mi papá se compró una radiograbadora de casetes…”
-¿Fue una búsqueda personal, entonces?
“Definitivamente. Pero en ese intertanto –un año o año y medio- tuve una profesora de arte en el liceo, Ruth Campos, y ella tenía un grupo de música folclórica y ahí me incorporé. Aprendí a tocar guitarra y empecé a cantar cosas de Yupanqui y de Violeta y después de Víctor. Y también empecé a improvisar y eso me venía de un tío político, Juan Olivares Araya, con quien yo viví cuando era chico. Esos tíos no podían tener hijos y yo vivía con ellos, a una cuadra de mi casa. En esa casa había discos de Los Chileneros, por ejemplo. Mi hermana y mis vecinos me han dicho –hace pocos años- que cuando era niño yo hacía rimas, que si me mandaban a comprar hacía rimas con las papas, con las lechugas. La verdad es que de eso yo no me acuerdo nada, debo haber tenido unos 13 años. En esa época en la radio se escuchaba mucho tango y hay una frase de mi tío que me marcó mucho: ‘lo mejor son los tangos, los valses y las (cuecas) chilenas’. Naturalmente llegué a tocar tango y a tocar valses y a cantar cuecas. Y a improvisar cuecas. En esos años (70) iba a la iglesia San Luis de Coquimbo a escuchar poesía, a actividades teatrales y música, coros. Yo iba a observar más que a participar y allí conocí a un muchacho de la UTE (Universidad Técnica del Estado) que estaba a cargo del grupo folclórico al cual quise ingresar pero no podía porque era de educación media. Me dejaron entrar por influencias de don Sixto Cortés y con ellos aprendí mucho”.
-¿Hay músicos chilenos que te hayan servido de ejemplo o de inspiración?
“Santos Rubio siempre fue un gran referente de la paya, del guitarrón, del arpa, del acordeón. Me sentía muy identificado con él y aprendí mucho de él. Cada vez que nos encontrábamos, en Santiago y en otras ciudades, andábamos juntos porque como era ciego yo le servía de lazarillo”.
-¿Cómo está la cueca improvisada de Coquimbo?, ¿Se ha mantenido la tradición?
“Pasa algo muy curioso, yo escuché cuando niño a Guillermo Guajardo, primo de mi tío Juan, y a otro señor cuyo nombre nunca supe. Los escuché de sopetón en una esquina y me percaté que improvisaban. Aparte de estas dos personas no he conocido a otros que practiquen. Ahora, lo que pasa es que la tradición no se da en ámbitos públicos necesariamente. Algunos sí llegamos pero a colegios, a clubes deportivos, no en conciertos masivos. Y si hay 20 personas en un lado improviso 20 cuecas. En este momento somos tres personas que improvisamos cuecas: Luis Tirado Castillo, Dámaso Pinto y yo. Somos de distintas generaciones (68, 33 y 56 años respectivamente) y somos parte del grupo Los Chinganeros del Puerto”.
-Y el canto repentista o la paya que tú practicas, ¿cómo lo ves en Coquimbo o en el país?
“Este último tiempo ha crecido el número de payadores, se han dado a conocer. Francisco Astorga, payador chileno, hizo hace diez años un catastro de más de diez mil cantores; hoy seguramente es el doble. Y solo en los lugares en que él ha estado. Hoy la gente se organiza en grupos de 4 o de 6 y realizan encuentros y recorren pueblos pequeños. Antes había grandes encuentros una vez al año, onerosos para las organizaciones. Ahora se han simplificado y hay muchos pequeños encuentros. Si aquí (Coquimbo) fuéramos más organizados haríamos encuentros quizás en todas las comunas o en grandes sectores como Las Compañías o La Antena. Si algún productor intenta hacerlo yo encantado me subo al carro. Pero estamos bien, en la calidad, en la velocidad y en la sagacidad nosotros los coquimbanos tenemos una chispa que no tienen otros payadores a pesar de la poca frecuencia de los encuentros”.
-¿Hay payadores en la región, entonces?
“Sí, por ejemplo en Ovalle hay un cantor a lo divino, es oriundo de Rauco, cerca de Curicó, y él una vez al mes hace sus cantos en la iglesia. Hay otro joven que aprendió hace poco y toca guitarrón y va una vez al mes a Santiago a un encuentro a lo divino que hacen en Pirque. De lo divino a lo humano hay un solo paso. Hay otro señor nacido acá pero ha vivido toda su vida en la zona de Rancagua y aprendió a tocar guitarrón. Si yo quisiera hacer un encuentro mañana mismo podría convocar a cinco o seis guitarroneros, no todos de tomo y lomo, pero aprendices o cercanos. La cosa ha ido creciendo y eso me alegra porque la tradición se renueva, es dinámica y está más viva que nunca”.
-¿Qué actividades ayudan a mantener las tradiciones musicales de Chile? La Pampilla, festivales como el de Viña del Mar o más bien encuentros no tan masivos.
“Cuando fui a mi primer concurso de payadores había unos 20 ó 25 participantes. Yo tuve un premio a la originalidad y tuvimos un premio con la pareja que me tocó, José Cornejo, al tercer lugar del duelo de payadores. En ese concurso improvisé una cueca y quedaron todos impresionados porque la cueca improvisada no es parte de las tradiciones de los payadores del sur, sí las décimas y las coplas. Y hoy todos los payadores chilenos improvisan cueca, no es su tradición sino nuestra, de Coquimbo. La tradición se mantiene también porque donde yo voy, aunque me inviten para cantar tango termino improvisando cuecas”.
-¿Sientes que tu labor docente te permite aportar para la difusión de las tradiciones musicales de Coquimbo y de Chile en general?
“Yo enseño aquí guitarra funcional, es la que aprenden los futuros profesores para hacer una clase acompañando una canción o dar la nota para un coro, o hacer un grupito de guitarra. Yo no influyo en que ellos aprendan tradiciones porque cada cual tiene sus propios intereses y tampoco en el currículo pongo la cueca o la tonada como algo formal. Pero aquí en la sala tocamos cueca a cada rato y el que tiene interés de todas maneras va a aprender. Los interesados siempre son un grupito que siente en la vena la necesidad de acercarse a esa música y ya traen algo y acá lo desarrollan”.
-Antes la música se preservaba en discos de vinilo, en casetes y en CDs. ¿Podemos confiar en lo virtual (internet) para mantener nuestros archivos musicales?
“Estoy empezando recién a confiar. Me costó mucho meterme en este mundo virtual, todavía me cuesta y le pido a los estudiantes que me ayuden a llegar a algún sitio o a buscar algo. He sabido de personas que nunca han grabado en formatos físicos y se han ido por lo virtual y han tenido mucha difusión, más que la que hubiesen tenido en los otros formatos. Las personas que son de esta época virtual, que han nacido en esta época, ya tienen esa impronta y les es fácil. A nosotros los más viejos nos cuesta entenderlo”.
-Has conocido muchos rincones de Chile mediante la música. ¿Hay alguna experiencia que recuerdes particularmente y por qué?
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Fuente: diarioeldia.cl